27 diciembre 2007

Deseo

El año 2007 fue un poco complicado, tuve pequeños problemas con mi familia. Pero también no me puedo quejar. Tuve suerte, conseguí lo que necesitaba, trabajo. Doy gracias a Dios. Por eso es que me sentí feliz y contenta.
A mí me gustaría que siga un año mejor para todos, con salud y trabajo. También quiero seguir aprendiendo algo más si Dios nos permite.
También que el Gobierno cambie la situación de todo el mundo, que mejoren los precios de los alimentos. Que terminen violencias y peligros en todo el mundo.
Que sea mejor así podemos conseguir lo que necesitamos.


María, 57 años, alumna del programa de Alfabetización en un comedor comunitario de La Boca

06 diciembre 2007

Puta

Esperar, esperar, esperar.
Esperarla.
Casi la puedo ver, rondando la cama descascarada. Pasando la mano por las sábanas raídas que la separan de tu cuerpo flaco.
Puta, puta, puta.
Muerte puta

27 noviembre 2007

Corte

Hoy me corté el pelo. Mi única belleza*, una melena larga y oscura, sucumbió ante las tijeras de una peluquera de barrio. No fue por sumisión a los dictados de la moda; ni siquiera me favorece el corte. Sólo lo hice para tener un objetivo en la vida.
A partir de hoy me sentaré a esperar que me crezca el pelo.


* "¡Tu única belleza! Hija mía, no era necesario..."
Mujercitas, Louisa M. Alcott
(Frase de la Sra March a Jo, su hija rebelde, quien había sacrificado su larga cabellera con el fin de juntar unos pesos para el padre herido en la guerra)

19 noviembre 2007

Felicidad

La peiné despacio, con su cepillo favorito. No protestó. Seguí así, desenredándole el pelo hasta que estuvo brillante y empezó a emanar un perfume tenue, a champú y a niñez, a leche y a torta de vainilla. Cuando dejé de peinarla, seguí acariciándole el pelo largo, suave, oscuro, hasta que se quedó dormida. Me sentí mejor.

23 octubre 2007

Acto de fe

En un acto optimismo ante la vida e ignorando señales de todo tipo, hoy compré dos cajas de preservativos.
(¿La verdad? Los que tenía en la mesa de luz estaban vencidos. A éstos les tengo un poco más de fe. Caducan en mayo de 2012...)

27 septiembre 2007

Noche

Eran dos solos en la noche.
Ella salía siempre tarde de su trabajo, a esa hora en la que ya no quedan ni las ganas de irse.
Él estaba apenas empezando el suyo, entre papeles, a esa hora en la que todos ya volvieron a sus casas.
Ninguno recuerda cuándo, de tanto verse –pasar (ella), estar (él)-, empezaron a saludarse. Los primeros ‘chau’ fueron sucedidos por ‘hasta mañana´. Y luego se sumaron algunas palabras sueltas.
Supieron sus nombres –ella, Clara; él, Luis- y unas pocas cosas más. Él tenía esposa y tres niños. Ella, una soledad infinita en una casa grande.
A veces, ella le dejaba algún dulce que robaba a su jefe y los días más fríos del invierno, un café quemado de la oficina.
Una noche, la corrió hasta la parada del colectivo:
- Señora, espere, me quiero despedir. Hoy fui a una entrevista a una fábrica y creo que me van a dar el trabajo. Así que la quiero saludar, por si no la veo más.
- Qué bien, me alegro. Mucha suerte.
Dos días después Luis estaba ahí, en la misma esquina tan oscura como de costumbre. Clara no preguntó.
- Otra vez será
- Seguro
Y volvieron, él a sus cartones, ella a su soledad. Los dos, a la noche.

23 julio 2007

Una historia más

Ema era alta, flaca, algo gris y distante. Era profesora de geografía y tenía la espalda un poco encorvada de trajinar pasillos de escuelas, cargada de libros y mapas.
Ema era soltera.
Solterona.
Cuando se jubiló, obtuvo un empleo en el museo del pueblo y allí transcurría su madurez entre maquetas de mapuches y trofeos de la sangrienta conquista del desierto.
Un día de otoño, un viajero uruguayo se demoró en el pueblo por una avería en su auto. El hombre salió a matar el tiempo por los alrededores. Encontró el museo. Y a Ema.
Nadie sabe a ciencia cierta cuál fue el recorrido histórico que ambos hicieron, pero unas semanas después, el viajero volvió y la invitó a tomar un café.
Aquello bastó.
Él ordenó sus cosas al otro lado del río de la Plata, se despidió de sus hijos y amigos viejos, y regresó al pueblo perdido en la pampa seca, a casarse con Ema.
Se dice que eran felices.
Al tiempo Ema enfermó, mientras él estaba de viaje, y murió a las pocas horas.
Él recibió un llamado: Volvé pronto, Ema está enferma.
No necesitó escuchar más.
Sus amigos nuevos se quedaron esperándolo, en vano, en la terminal de ómnibus. El viajero nunca llegó. Se ahorcó en su habitación de hotel, trece minutos después de colgar el teléfono. Los trece minutos que le tomó escribir la última carta. “Ema ...”, comenzaba.

26 junio 2007

Perdida

Rebusco en mi cabeza y no lo recuerdo
Revuelvo los cajones
Reviso los bolsillos de sacos pasados de moda
Descalabro la biblioteca
No aparece
Abro valijas antiguas olvidadas en la baulera
Vacío la caja de herramientas y reviso el fondo de la alacena
Repaso álbumes de fotos en blanco y negro
Releo cartas de amor y de odio y de amistad y de perdón
Tampoco está ahí
Escarbo en la caja de las medias y en el armario del baño
Llamo a amigos viejos que no contestan el teléfono
Vuelvo a mirar en la lata donde guardo unos pocos ahorros
Y debajo de la pila de sábanas bien planchadas

¿Adónde se me fue la vida?

04 junio 2007

Traicionero

Mire, al río yo le tengo miedo. No, miedo no. Respeto. Es que se me murieron dos sobrinas, sabe. Hermanitas, eran. Marcela tenía doce y la Claudia, trece. Habían ido a pescar con el tío, ahí cerca de las casas, en Santa Victoria. Hacía calor y el agua estaba transparente, si hasta se veía la arena del fondo. Se metieron con ropa y todo. Pero de repente un remolino se las chupó y no las pudieron salvar. A la mayor la encontraron tres meses después, como a 100 kilómetros. La otra nunca apareció. En el pueblo dicen que se convirtió en sirena y que algunas noches la ven saltar en el agua. Como un delfín, vio. Era preciosa, rubiona, con los ojos claritos. Mejor que se fueran las dos juntas, sabe. Porque la otra iba a tener que vivir con la culpa. Las criaba la abuela pero no las quería nada. El que las cuidaba era el abuelo. Él se murió justo un año después, de pena. Por eso al río yo le tengo respeto, porque es traicionero...

15 mayo 2007

Trinchera (por Gandalf)

Con ojos de cocodrilo, recorro lo que tengo a mi alrededor, sólo un color tiñe todo, el rojo, en un ambiente que parece cálido, trato de asomarme un poco más, pero no puedo, mi cuerpo no responde. Dónde estoy? Cómo llegué a este lugar?, preguntas que vienen a la cabeza. Hace unos segundos estaba en otro lado, en un lugar en el que nada me importaba, qué está pasando?, mi mente juega a las escondidas y no quiere responderme. No puedo asomar ni la nariz, mis manos no le hacen caso a las señales que les envío. Soy prisionero, prisionero de las mantas que me cubren hasta por arriba de la nariz, prisionero de la estufa que todo tiñe. Por suerte alcanzo a ver el reloj, y sus agujas amigas del calor me dicen que puedo cerrar mis ojos 10 minutos más.

03 mayo 2007

Me quiero aturdir con...

Mucho se ha escrito sobre los colores y el estado de ánimo; las películas y el estado de ánimo; la música y el estado de ánimo... En fin, de las elecciones que se hacen según se haya reprobado un examen, conseguido novio/a, comprado unas botas en liquidación, terminado de pagar la hipoteca, roto con un amor, recibido el telegrama de despido o una propuesta de casamiento o la noticia de una muerte, entre los infinitos ejemplos que suelen derrumbar o agigantar el nivel medio de optimismo cotidiano.
Pero son las aguardientes, tantas y tan inspiradoras, las que mejor pueden reflejar las sutilezas del estado espiritual femenino. Porque, entiéndase, estamos hablando de bebidas espirituosas, o sea, de 25 grados para arriba. Es decir, de leales compañeras de emociones fuertes. Aguardientes, del latín aqua ardens, agua que quema. Para ánimos encendidos.
Cada una, en su estado puro (se descartan aquí mezclas libertinas con jugos, azúcares o gaseosas) acarrea el don de sanar, potenciar, estirar en el tiempo o borrar una sensación. ¿De qué sirve saberlo? Pues bien, mezclar bebidas nobles con sentimientos equivocados, puede derivar en un cóctel letal para un espíritu sensible. Veamos.

Para quienes habitan algún lugar lejos de Jalisco, el tequila es recomendado durante estados de ánimo exaltados, fiesteros, gritones, y no muy prolongados. Siempre cerca de un sillón o superficie acolchada y de gente confiable: alguien en quien se puede confiar a la mañana siguiente, o que por lo menos suficientemente discreta.

Hay noches sólo de whisky doble sin hielo, para zamparse de una vez y sin respirar. Son noches temibles de frustración y desesperanza. Pero sobre todo, son noches de dolor, corazones astillados, cárcel inminente o negocios quebrados. El escocés suele beberse así, aunque algunas raras veces y con los años, se aprende a disfrutar del hielo cediendo ante el líquido dorado, enfriando y suavizándolo.

Mujeres de hoy, se sabe, van a toda prisa, siempre listas, pendientes del peinado, de la leche descremada en la heladera, la dieta balanceada y el último balance de la empresa. Tanta energía requiere breves shocks estimulantes. Y para eso nada mejor que la franca ginebra, de impacto inmediato, certero, para empinarse de parada, nomás. Ya lo decía Bols: ‘Cada día una copita‘. Energía al paso.

Tarde o temprano, en la vida de toda mujer aparece un señor mayor, de trato gentil y alto manejo de los tiempos. Y si dicho señor la conduce ante una chimenea crepitante, bien, prepárese para un coñac. Calorcito interior, para compartir. El coñac es siempre de a dos. O de a tres. O... Usted decide.

Una obra maestra de la naturaleza y los alambiques como el ron, atiéndase bien, se reserva para momentos especialísimos. Ni alegrías extremas ni depresiones insondables. La condición para vibrar con las mieles de la caña de azúcar -cubana o venezolana- es la serenidad. Una copa de ron añejo es un gozo que hay que transitar en paz, sin urgencias ni inquietudes. Acallar primero la mente, el cuerpo y el espíritu. Entonces sí, llega su momento. Sólo para audaces que se atrevan a alcanzar el éxtasis: acompañe con un puro.

25 abril 2007

Altura

Algunos días me siento invisible. Son jornadas bastante sencillas de sobrellevar porque nadie me ve. Pero otros días me siento minúscula. En esas ocasiones trepo a mis botas o zapatos más altos porque sólo puedo transitar la vida con 10 centímetros más de altura.
Hoy necesito zancos.

10 abril 2007

Post N° 99

Sacó la manteca de la heladera y esperó un rato. No lo suficiente, apenas lo que su paciencia soportó. Rasgó un trozo de pan y lo abrió. La miga perfumada se desperezó entre sus dedos. Con un cuchillo empezó a untar despacio, estirando la manteca todavía demasiado fría. Un pedazo pequeño saltó hasta su pezón. Ella sólo se quedó mirando cómo el calor del cuerpo lo derretía, lo empujaba hacia abajo y formaba un leve surco ámbar a través de esas tres pecas amontonadas justo en el centro de sus tetas, mientras mordisqueaba el pan.
Al rato, recogió la gota con la punta del dedo. Se sentía suave, resbalosa, cálida. A su lado, el pan de manteca estaba casi derretido, hacía demasiado calor esa tarde. Hundió el dedo en el montón blanquecino y ungió su abdomen, en camino recto hasta el ombligo, hasta el infinito.

03 abril 2007

Revelación

¿Podés creer que yo venga a descubrir esto a semejante edad? Cincuenta y siete años tengo, cincuenta y siete. Y yo que le dí todo, todo. Una vida entera. Vos decís que me tendría que sentir contenta, que más vale descubrirlo tarde que nunca. Pero no. Estafada, me siento. Si no hubiera sido por esa espuma de baño que me regaló Nancy para el cumpleaños, a mí jamás se me hubiera ocurrido meterme en la bañadera con burbujas. Pero como ahora ando con tanto tiempo libre, no tengo que cocinar, ni planchar camisas y ni lavarle la mugre dije, má sí, me hago la Susana Giménez por un rato. Y a sí fue, que esponja va, espuma viene, total no me veía nadie, me empecé a relajar y pasó lo que tendría que haber pasado hace cuarenta años. Y el muy desgraciado me había hecho creer que era Valentino y que ‘eso’ que él me hacía era el mejor sexo del mundo. Mirá, no sé si llorar, reirme o quedarme a vivir en la bañadera. Lo que sí te digo es que me espere nomás este fin de semana, porque no pienso llevarle ni un clavel a la Chacarita.

30 marzo 2007

Tormenta de otoño II

El pronóstico –otro más y van...- me decepcionó. Esperé un par de días y antes de la medianoche del segundo tomé la calle en busca de algún charco remanente. Todo era humedad y calor pegajoso, pero de lluvia, ni hablar. Estuve a punto de disputarme un caldo espeso en el cordón de la vereda con un perro sarnoso, pero sus dientes me desalentaron pronto. Terminé reconciliándome con la noche gracias a una luna casi llena que salía de a ratos y un plato de ñoquis con estofado que sabían como los que mi mamá nunca me cocinó, en un bodegón de Almagro. Ah, debo subrayar el aporte inestimado de un malbec en su temperatura (y oportunidad) justa.

27 marzo 2007

Tormenta de otoño

Escuché el pronóstico con atención: lluvia y más lluvia de acá hasta que la semana diga basta. Verifiqué piloto y paraguas. Todo en orden. Los dejé colgados en el armario. Me puse unas zapatillas blancas de lona, de esas que hacen chirridos extraños cuando se mojan, un jean roto y una camiseta de algodón. Salí a contar charcos. Los pisé todos, desde plaza Once hasta Congreso. Ahí debí parar porque un señor poco afecto a los chaparrones me neutralizó de un paraguazo en el ojo. Volví un tanto maltrecha a refugiarme en un toallón doble felpa y a recuperar energía. Mañana vuelvo a salir, esta vez en dirección del tránsito. Mi próximo objetivo es chapotear en el césped embarrado de Parque Rivadavia.

23 marzo 2007

Culpa

Anoche esta triste. Abrí el cajón y la llamé pero sólo me contestó el silencio. Me puse a hablarle igual. Le conté eso que me hizo llorar, aquello que me envenenó las entrañas y esto que todavía me punza acá adentro.
No me respondió.
Tal vez merezco eso, aquello y esto. Quién sabe.
Me fui a dormir más triste todavía, pero le dejé una rendija por si quería asomarse durante la noche.
De madrugada, sentí una brisa en la mejilla, como una caricia. Quería que fuera ella, pero fue el hálito de la muerte que habitó mis sueños.

19 marzo 2007

Pink Floyd, él y yo (veinte años después)

Cierro los ojos y estoy otra vez ahí. Cuatro paredes, una ventana y una puerta herméticamente cerradas. Alfombra, discos, muchos parlantes. Tengo 16 años. La oscuridad es total, densa de besos y suspiros y sensaciones tan nuevas que dan más miedo que gozo.
Y la música, la misma música que llena cada esquina de esa pieza. Y de mí.

12 marzo 2007

Entrega

Me rodeás con un brazo. Abrís la mano sobre mi espalda y me ordenás: dejate llevar. Me relajo, cedo a la disciplina silenciosa que impone tu cuerpo. Empezás a moverte. A moverte conmigo. Te sigo. Te respondo. Te dejo hacer. Me rozás, me forzás, me hacés girar, me llevás rápido y luego lento, muy lento. Obedezco. Tengo la boca muy cerca de tu cuello. Siento un perfume que no es un perfume. Es tu olor.
Es tu calor.
Es tu mano en la mía
Es tu cuerpo pegado al mío.
Es tango.

21 febrero 2007

Entre gringos

Miró a través del vidrio y se abrazó a su vaso gigante de café late con vainilla y algo más que no pudo entender y mucho menos detectar al tragar el líquido tibio. Jugo de paraguas, pensó en castellano. Se sentó en una butaca alta, junto a un pequeño mostrador sobre la vidriera y se creyó una mercadería en exposición. No lo era. Le llevó un buen rato darse cuenta de que nadie la miraba. Nadie miraba a nadie. Esa gente que pasaba rápido, apretándose a sus abrigos, no se miraba. Los ojos no se cruzaban en ese fugaz instante de deseo, contemplación, admiración, desinterés o desesperación. Y sintió tantas ganas de volver a casa...

07 febrero 2007

Celebración vernácula

Comida china
Vino chileno
Película inglesa
Tabaco cubano
Ron venezolano
Hay aniversarios que mejor atravesarlos así, con una buena dosis de mínimos gustos internacionales.

29 enero 2007

Habitantes

A los que dicen que no tengo nada en la cabeza, pues bien, hoy puedo demostrar que no es verdad: tengo piojos.
Me pregunto cómo pude sobrevivir una escolarización tipo -dos años de jardín de infantes; siete de primaria; cinco de secundaria- inmune al contagio, para finalmente caer en las garras de las liendres a la edad en que se empiezan a peinar canas.
Ah, sí! Otro de los encantos de la maternidad...

25 enero 2007

Pan

Salgo a comprar el pan. Son las doce menos diez, tengo tiempo para ver las campanadas de la iglesia. En la plaza busco un banco a la sombra de un tilo. Faltan dos minutos para que el día se parta en dos con el tronar del campanario donde, dicen, mora un dios. Espero. Un hombre que alguna vez fue rubio y con cara de viejo pasa caminando lento por la vereda. Lo miro. No lo conozco. Me mira. No me conoce. O sí, porque desanda unos pasos y se para frente a mí.
Hola, soy Juan. Fuimos juntos a la primaria.
Desde la última vez que nos vimos pasaron veinticinco años. ¿Tanto?
Lo miro bien. No tiene cara de viejo; tiene cara de enfermo.
Nos despedimos con la promesa de encontrarnos a cenar el próximo jueves.
Vuelvo despacio a casa. No escuché las campanadas. El calor y el roce con la infancia, los años y la muerte, me aprietan el pecho. Me olvido de las flautitas, pero no intento pasar por la panadería. Religiosamente, todo el pueblo cae en un pesado sopor a partir del mediodía, en punto. El panadero se atreve a romper esa regla no escrita cada día, pero su rebeldía sólo llega hasta las doce y cuarto. Luego, baja la persiana. Y ya es tarde.

22 enero 2007

Siesta en colores

Azul cielo
Blanco nube
Verde pino