15 mayo 2007

Trinchera (por Gandalf)

Con ojos de cocodrilo, recorro lo que tengo a mi alrededor, sólo un color tiñe todo, el rojo, en un ambiente que parece cálido, trato de asomarme un poco más, pero no puedo, mi cuerpo no responde. Dónde estoy? Cómo llegué a este lugar?, preguntas que vienen a la cabeza. Hace unos segundos estaba en otro lado, en un lugar en el que nada me importaba, qué está pasando?, mi mente juega a las escondidas y no quiere responderme. No puedo asomar ni la nariz, mis manos no le hacen caso a las señales que les envío. Soy prisionero, prisionero de las mantas que me cubren hasta por arriba de la nariz, prisionero de la estufa que todo tiñe. Por suerte alcanzo a ver el reloj, y sus agujas amigas del calor me dicen que puedo cerrar mis ojos 10 minutos más.

03 mayo 2007

Me quiero aturdir con...

Mucho se ha escrito sobre los colores y el estado de ánimo; las películas y el estado de ánimo; la música y el estado de ánimo... En fin, de las elecciones que se hacen según se haya reprobado un examen, conseguido novio/a, comprado unas botas en liquidación, terminado de pagar la hipoteca, roto con un amor, recibido el telegrama de despido o una propuesta de casamiento o la noticia de una muerte, entre los infinitos ejemplos que suelen derrumbar o agigantar el nivel medio de optimismo cotidiano.
Pero son las aguardientes, tantas y tan inspiradoras, las que mejor pueden reflejar las sutilezas del estado espiritual femenino. Porque, entiéndase, estamos hablando de bebidas espirituosas, o sea, de 25 grados para arriba. Es decir, de leales compañeras de emociones fuertes. Aguardientes, del latín aqua ardens, agua que quema. Para ánimos encendidos.
Cada una, en su estado puro (se descartan aquí mezclas libertinas con jugos, azúcares o gaseosas) acarrea el don de sanar, potenciar, estirar en el tiempo o borrar una sensación. ¿De qué sirve saberlo? Pues bien, mezclar bebidas nobles con sentimientos equivocados, puede derivar en un cóctel letal para un espíritu sensible. Veamos.

Para quienes habitan algún lugar lejos de Jalisco, el tequila es recomendado durante estados de ánimo exaltados, fiesteros, gritones, y no muy prolongados. Siempre cerca de un sillón o superficie acolchada y de gente confiable: alguien en quien se puede confiar a la mañana siguiente, o que por lo menos suficientemente discreta.

Hay noches sólo de whisky doble sin hielo, para zamparse de una vez y sin respirar. Son noches temibles de frustración y desesperanza. Pero sobre todo, son noches de dolor, corazones astillados, cárcel inminente o negocios quebrados. El escocés suele beberse así, aunque algunas raras veces y con los años, se aprende a disfrutar del hielo cediendo ante el líquido dorado, enfriando y suavizándolo.

Mujeres de hoy, se sabe, van a toda prisa, siempre listas, pendientes del peinado, de la leche descremada en la heladera, la dieta balanceada y el último balance de la empresa. Tanta energía requiere breves shocks estimulantes. Y para eso nada mejor que la franca ginebra, de impacto inmediato, certero, para empinarse de parada, nomás. Ya lo decía Bols: ‘Cada día una copita‘. Energía al paso.

Tarde o temprano, en la vida de toda mujer aparece un señor mayor, de trato gentil y alto manejo de los tiempos. Y si dicho señor la conduce ante una chimenea crepitante, bien, prepárese para un coñac. Calorcito interior, para compartir. El coñac es siempre de a dos. O de a tres. O... Usted decide.

Una obra maestra de la naturaleza y los alambiques como el ron, atiéndase bien, se reserva para momentos especialísimos. Ni alegrías extremas ni depresiones insondables. La condición para vibrar con las mieles de la caña de azúcar -cubana o venezolana- es la serenidad. Una copa de ron añejo es un gozo que hay que transitar en paz, sin urgencias ni inquietudes. Acallar primero la mente, el cuerpo y el espíritu. Entonces sí, llega su momento. Sólo para audaces que se atrevan a alcanzar el éxtasis: acompañe con un puro.