29 enero 2007

Habitantes

A los que dicen que no tengo nada en la cabeza, pues bien, hoy puedo demostrar que no es verdad: tengo piojos.
Me pregunto cómo pude sobrevivir una escolarización tipo -dos años de jardín de infantes; siete de primaria; cinco de secundaria- inmune al contagio, para finalmente caer en las garras de las liendres a la edad en que se empiezan a peinar canas.
Ah, sí! Otro de los encantos de la maternidad...

25 enero 2007

Pan

Salgo a comprar el pan. Son las doce menos diez, tengo tiempo para ver las campanadas de la iglesia. En la plaza busco un banco a la sombra de un tilo. Faltan dos minutos para que el día se parta en dos con el tronar del campanario donde, dicen, mora un dios. Espero. Un hombre que alguna vez fue rubio y con cara de viejo pasa caminando lento por la vereda. Lo miro. No lo conozco. Me mira. No me conoce. O sí, porque desanda unos pasos y se para frente a mí.
Hola, soy Juan. Fuimos juntos a la primaria.
Desde la última vez que nos vimos pasaron veinticinco años. ¿Tanto?
Lo miro bien. No tiene cara de viejo; tiene cara de enfermo.
Nos despedimos con la promesa de encontrarnos a cenar el próximo jueves.
Vuelvo despacio a casa. No escuché las campanadas. El calor y el roce con la infancia, los años y la muerte, me aprietan el pecho. Me olvido de las flautitas, pero no intento pasar por la panadería. Religiosamente, todo el pueblo cae en un pesado sopor a partir del mediodía, en punto. El panadero se atreve a romper esa regla no escrita cada día, pero su rebeldía sólo llega hasta las doce y cuarto. Luego, baja la persiana. Y ya es tarde.

22 enero 2007

Siesta en colores

Azul cielo
Blanco nube
Verde pino