26 diciembre 2005

Nochebuena vagabunda

El sábado me bañé, me perfumé, me puse una bombacha rosa recién comprada, jean, zapatillas, una buena copa de vino y a eso de las diez y media salí a caminar. Rivadavia, Pueyrredón, derecho hasta Santa Fe. La parte de Once fue dura. Parecía tierra arrasada, mugre, papeles, cajas, bolsas, despojos todos del infernal movimiento comercial de horas antes. Había mucha gente en la calle. Además de todo, la pobreza es fea y mete miedo. Familias enteras en los alrededores de la estación, cartoneros, pibes solos, mucha, mucha cana dando vueltas... y el silencio. El silencio es lo que más impresiona de la Buenos Aires vacía. Sólo escuchás tus pasos, o los de alguien que se viene acercando desde atrás.
Esa parecía también la hora de los judíos. Salían de todos lados, con sus trajes negros, sus mujeres empelucadas y sus chicos rubios.
Después de Córdoba el escenario cambió. El negocio de la noche se lo hizo Farmacity de Córdoba y Pueyrredón, la única farmacia abierta de los alrededores.
Hacia Santa Fe, la soledad de los solos era un poco más glamorosa. Se sentaban en mesas individuales de restaurantes bien iluminados, con algún mozo rondando y comidas ricas en los platos. Y el silencio, siempre el silencio.
O alguna voz. “Dale, rata, levantate. Vamo’a comer algo y pasar las fiestas. Rata, dale, despertate”. Con una mezcla de imposición y ternura, y sin éxito, un vagabundo sacudía a otro, dormido en la puerta de un banco. La medianoche me agarró casi llegando al obelisco, caminando por la Nueve de Julio a contramano. Me di el gusto de cruzar todos (¡todos!) los semáforos de las avenidas en rojo y me quedé un rato mirando los tristes fuegos artificiales y las bombas de estruendo baratas. Listo, la gente ya había tomado de nuevo las calles, así que volví tranquila a mi casa, esquivando borrachos. Me esperaba un mantecol extra large, reservado para la ocasión.

14 diciembre 2005

Sex Shop II

Amanezco con la decisión tomada. Después de todo es casi como ir a la panadería, es sólo cuestión de cruzar la calle, caminar unos pasos y buscar dentro de la galería el local anunciado en un letrero de letras rojas: SEX SHOP.
Con cara de "esto es lo más natural del mundo" me adentro en el frescor húmedo de la cueva infestada de locales, deteniéndome en una casa de ropa hindú, otra de estampillas, aquella mercería de más allá... El objetivo parece estar al fondo. Sí. Lo veo. Una cortina negra en la vidriera tapa el (los) objeto(s) de mi deseo. Pero, aymidiós, una virgen de Luján me clava una mirada reprobadora desde el escaparate de enfrente. Huyo. ¿A quién carajo se le ocurre abrir un sex shop frente a una santería?
Mañana me animo. O me compro un rosario, qué sé yo.

05 diciembre 2005

La peor combinación

No hay nada peor que estar depremida, triste, nostálgica y, además, con gastroenteritis. ¿Cómo hacer frente a las penas sin chocolate, sin helado de dulce de leche, sin vino?

24 noviembre 2005

Sex Shop I

Admitámoslo. La tinta de mi firma en el acta de divorcio ya se debe estar borroneando.
Admitámoslo. Soy una mujer sola.
Admitámoslo. Necesito sexo.
Admitámoslo. Pronto voy a parecer una vieja patética perdida por error en un sex shop.
Mejor apuro el trámite y compro ya al compañero del resto de mi vida.
Mañana voy. Sin falta.

¿Ensalada? De ninguna manera

Planeamos una cena de reencuentro, contención y apoyo moral. V. había roto con su novio y la ocasión merecía comida y vino, de los buenos. Pero G. se plantó con aquello del calor, de la bikini y de las grasas adosadas a las partes, y propuso el menú: ensaladas. Aceptamos sin mayores cuestionamientos, hasta que la agasajada levantó el teléfono:
- ¿Ensalada? De ninguna manera. Para martirios, está la vida. Me das pizza, comida china, empanadas o fideos. Si no, no voy.
Argumentación impecable.
Comimos capelettis con bolognesa y mucho queso. Y vino. Y helado de chocolate. Vamos, como si a esta altura de la contienda no supiéramos cómo se curan las penas de amor...!

23 noviembre 2005

¿Y si era él?

-Hola
-Hola... creo que me equivoqué
-¿A ver?
-Busco a Joaquín
-Efectivamente, te equivocaste
-Disculpas
-No hay problema, chau
-Chau
A los dos minutos, el teléfono volvió a sonar y no hubo respuesta del otro lado. Ensayé mi "hola" más grave, seductor y profundo. Una, dos veces. Sabía que era él de nuevo. Se lo quise decir, lo quise retener, tentar, alentar... Cortó. Y yo corrí a sacar los fideos del fuego. Me gustan bien al dente. Con pesto y mucho queso.

25 octubre 2005

Y por qué yo no?

Mi naturaleza toda manda que no. Tengo muchos más de treinta, uso la pc como una máquina de escribir y ni siquiera recuerdo cómo programar la video. Lo peor es, por supuesto, que no tengo nada mínimamente interesante para decir. Pese a tan contundentes verdades, qué tal, eh, tengo blog. Yo también puedo. Gracias a todos los que -inteligentemente- no lo van a leer y -fundamentalmente- a cuanto incauto que caiga en la telaraña (será debidamente recompensado). Ahora sí, me doy la bienvenida.