30 agosto 2006

Subte A

La mirada le espantó la rutina. Irguió un poco la espalda, giró apenas para ofrecer un mejor ángulo y lo dejó hacer. Un poco en agradecimiento. Sabía en carne propia cuánta verdad se amontona en los versos de ese cantor que dice que los hombres nunca buscan en el escote de las feas. Otro poco por compasión. Le despertaba cierta ternura el traje gris, la corbata azul con discretas pintitas rojas, el maletín negro símil cuero, el anillo de oro en la mano izquierda, la bolsa de papel que descansaba a sus pies con una camisa dentro de su envoltorio de celofán. Imaginó que era el regalo de cumpleaños de su esposa que debía cambiar por un talle más durante el horario de almuerzo.
Ella le ofrendó el escote y él lo rozó con miradas fugaces.
Él bajó en la estación Piedras. Ella siguió hasta Plaza de Mayo.

22 agosto 2006

Hasta que la muerte nos separe

Antonio era mecánico. Mecánico y solterón.
Tenía una bicicleta gris, alta, pesada, antigua, con guardabarros de chapa y asiento decenas de veces remendado. A todos lados iba en ella.
Un día cualquiera se sintió demasiado cansado para montarla. Le dolía la espalda y ya era difícil revolear la pierna al otro lado del caño gris. Nunca supo bien cuándo dejó de treparse a ella. Pero lo cierto es que nunca la dejó.
Se lo veía pasar a diario por la vereda, con la bicicleta gris suavemente tomada del manubrio. Ni del asiento, ni del caño. La mano derecha agarrando el manillar zquierdo. Siempre juntos, a paso lento, a todas partes. La alianza de compromiso era, quizás, el broche que seguía llevando en la botamanga del pantalón. Tal vez Antonio creía que algún día se iba a sentir fuerte de nuevo para encaramarse a su bicicleta. O simplemente era su compañera y punto.
Cuando Antonio murió, alguien la llevó a la puerta de la sala velatoria. Y allí quedó hasta que empezó a oxidarse. Una mañana, cuando ya empezaba a formar parte del paisaje sagrado del pueblo, simplemente desapareció. Algunos dijeron que bajo las manos de los familiares de los presos de la nueva cárcel que instalaron en las afueras de la ciudad, los mismos que provocaban un exceso de cautela en los vecinos que empezaron a cerrar las puertas de sus casas con llave. Otros culparon a la barra de pibes, esos que andaban en cosas raras, medio drogadictos o por lo menos con bastante mala facha
Ya casi nos habíamos olvidado del asunto. Pero ayer, cuando le fui a llevar unas margaritas a mi pobre Pedro, que en paz descanse, me pareció verla junto a un pino en la entrada del cementerio. Para mí que era ella, pero no sé, estaba tan cambiada.

18 agosto 2006

Liquidación de invierno

- Mamá, me queda grande...
- Bueno, el año que viene te va a quedar casi bien y el invierno de 2008 va a estar perfecta

17 agosto 2006

Linda

Hoy me voy a sentir linda todo el día. No, mejor, hoy voy a ser linda todo el día.
La sentencia emergió con fuerza, vocación y convicción debajo de las sábanas tibias antes del amanecer.
Hacia las once de la noche, con las medias corridas, el rimmel chorreado, el pelo electrizado, un cierre clavado en el vientre enfundado en el jean demasiado estrecho, los juanetes ardiendo, una cuenta de luz vencida y el aliento cargado a cigarrillo, Elena enfrentó el espejo de su baño.
Hoy fui linda todo el día.
Cuestión de actitud.

11 agosto 2006

Respeto profesional

Dicho por un taxista:
- Los taxistas de Buenos Aires se dividen en tres grupos; los señores conductores de taxi, integrado por cinco personas en toda la ciudad; lo tacheros, unos pocos miles; y los tacheros de mierda, todo el resto.
- ¿Y usted a qué categoría pertenece?
- Una vez por mes, con suerte, asomo la nariz en el tercer grupo.
- Pare en la esquina, por favor, sí, antes de cruzar, bajo acá nomás, tome, quédese con el vuelto.

10 agosto 2006

Una noche

La encontré fumando frente a un vaso de whisky en una mesa cualquiera del bar de Juanito. Ni me miró. "Un gran amor puede durar cuatro días y una noche", dijo. Yo era ya un hombre viejo y ni siquiera entendí si me hablaba a mí. Así que simplemente me senté a su lado. Después de largo rato, se puso su abrigo marrón y se marchó sin saludar. Me pareció que arrastraba un pocos los pies al andar.

08 agosto 2006

Un fenómeno, dos descripciones

"Granizo: caen piedras del tamaño de pelotas de golf"
(Capital Federal, 26 de julio de 2006)

"Granizo: caen piedras del tamaño de huevos de gallina"
(La Pampa, 26 de julio de 2006)

Llave

María Luisa tiene 64 años. Todos vividos en la misma vieja casa. Todos con su vieja madre, postrada en la cama matrimonial de siempre.
María Luisa es soltera. Tiene un novio que vive en una ciudad alejada de su pueblo. Lo visita de tanto en tanto y cada vez que lo hace, miente a su madre. Inventa visitas a amigas de Buenos Aires o trámites imprescindibles que requieren su firma.
María Luisa cree que si su madre se enterase, moriría del disgusto en ese mismo instante.
Su madre sospecha –sabe- que hay un hombre en la vida de María Luisa. Lo supo esa madrugada de octubre cuando ella regresó de un viaje a la capital. Volvió como siempre, pero tan distinta.
Ninguna hablará de eso con la otra, jamás. Así la vida transcurre serena. Y cada vez que María Luisa regresa de madrugada cargando su pequeña valija de amante esporádica, su madre vuelve a preguntar, desde la cama, si echó llave a la puerta.

03 agosto 2006

¿Falta mucho para que vuelvas?

Se encontraron una mañana para despedirse. Tenían el mismo propósito pero distintos rumbos. Salieron de compras de último momento y dedicaron varias horas al último café, en una conversación interminable. Después, un beso y dos destinos. El en la comodidad de su auto, de su hotel tres estrellas, de los restaurantes con dos copas, de las excursiones programadas para que los turistas se sientan aventureros por dos minutos. Ella, sola con su mochila y un pasaje de avión, a recorrer ese Machu Pichu que dejó pendiente la adolescencia. Cada uno lo eligió, pero siempre se sospechó que el prefería la mochila y la aventura y ella la seguridad y la compañía.