Eran dos solos en la noche.
Ella salía siempre tarde de su trabajo, a esa hora en la que ya no quedan ni las ganas de irse.
Él estaba apenas empezando el suyo, entre papeles, a esa hora en la que todos ya volvieron a sus casas.
Ninguno recuerda cuándo, de tanto verse –pasar (ella), estar (él)-, empezaron a saludarse. Los primeros ‘chau’ fueron sucedidos por ‘hasta mañana´. Y luego se sumaron algunas palabras sueltas.
Supieron sus nombres –ella, Clara; él, Luis- y unas pocas cosas más. Él tenía esposa y tres niños. Ella, una soledad infinita en una casa grande.
A veces, ella le dejaba algún dulce que robaba a su jefe y los días más fríos del invierno, un café quemado de la oficina.
Una noche, la corrió hasta la parada del colectivo:
- Señora, espere, me quiero despedir. Hoy fui a una entrevista a una fábrica y creo que me van a dar el trabajo. Así que la quiero saludar, por si no la veo más.
- Qué bien, me alegro. Mucha suerte.
Dos días después Luis estaba ahí, en la misma esquina tan oscura como de costumbre. Clara no preguntó.
- Otra vez será
- Seguro
Y volvieron, él a sus cartones, ella a su soledad. Los dos, a la noche.
27 septiembre 2007
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
6 comentarios:
desolación y desamparo
La noche y la soledad son lugares para encuentros insólitos.
Hacés trampa, como hacés a veces, y conmovés, como hacés siempre.
Voy a quedarme con la idea de que Luis resignó un trabajo mejor para seguir viendo a Clara...Está mal?
Es un golpe bajo lo del carton. Yo lo haria trabajar en una especie de fabrica.
Igual funcionaria.
Las fabricas contamienan todo con esa humedad desoladora.
:) lindo.
Publicar un comentario