25 octubre 2008

Maldita sea

Mujeres perfumadas envueltas en vestidos de gasa. Hombres de saco y corbata, en tonos oscuros. Copas de champagne en las manos. Risas. Charlas de a dos, de a tres, de a cuatro. Miradas que se buscan, se cruzan, se tocan, se alejan. Más champagne.
Y un encuentro.
Un beso un instante más largo de lo correcto, los labios un milímetro más cerca de lo que corresponde. Una mano que le quema en la espalda. Unos ojos que la atraviesan. Un recuerdo viejo que asalta impertinente y voraz: una noche de lluvia, un vestido rojo, una caricia impune sobre la piel empapada…
Afortunadamente la noche se termina, el champagne también. Llega el día, las zapatillas cómodas para hacer las compras, la comida para cuatro, el marido que vuelve cansado, la tarea de los niños, y el jarabe, maldita sea, casi se olvida del jarabe del más chico que no se cura esa tos, porque le fascinan las tormentas y se escapa siempre, el malcriado, a chapotear en el jardín cada vez que llueve.