22 septiembre 2006

Para vos, con cariño

Finalmente me animé y fui a la presentación del libro. Me senté en la última fila y traté de sentirme como la francesa de esa película, que se reencuentra en París con el chico del tren, nueve años después. No hubo caso. Yo no soy rubia, no sé la diferencia entre bonjour y bonsoir, no me interesa luchar contra el hambre y la injusticia y, sobre todo, vos no te parecés nada a Ethan Hawke. Así que me senté en el fondo y me sentí como yo misma, lo que significa que me sentí como el culo.
Escuché cada palabra, cada chiste estudiado. Y como las cartas estaban echadas y nada quedaba por perder, compré un ejemplar y lo llevé hasta tu escritorio. Sin levantar la mirada, preguntaste mi nombre y escribiste a las apuradas: Para Verónica con cariño.
No me miraste. No me hablaste. Pero escuchaste el ruido de vidrios rotos cuando revoleé el ejemplar de 486 páginas contra las copas y botellas de vino que celebraban tu éxito. En realidad creo que escuchaste. No estoy muy segura. Tuve que salir corriendo, comprenderán.

06 septiembre 2006

Cabildo

Cómo no me voy a acordar de la primera vez que vi el Cabildo. Si debe haber sido uno de los días más felices de mi vida. El Carlos me invitó como dos semanas antes. El sábado ocho de noviembre andá avisándole a tus viejos que nos vamos a pasear a la Capital, me dijo. Yo estaba chocha pero ni se me ocurrió contarle a mi mamá que me iba a ir tan lejos con el Carlos. Imagínese, yo tenía apenas dieciséis y estábamos de novios hacía cuatro meses. Le dije que me iba con mi amiga Graciela a pasear por la feria y después al cine y después no me acuerdo qué más. Yo de Padua nunca había salido. Así que estaba como loca de contenta. Me acuerdo que me puse los zapatos blancos con taco que me había regalado mi abuela Chola para los quince. Preciosos eran, tenían un moño agarrado con una hebilla dorada. La Gracielita me prestó una pollera azul con lunares blancos. Bueno, le sigo contando. La cuestión es que tomamos el tren enseguida de almorzar. Ahí el Carlos se enojó un poco porque la Graciela llegó tarde a buscarme y él tuvo que esperar como media hora parado en la esquina. Encima, hacía un calor de morirse. Como le decía, cuando llegamos a Once el Carlos me llevó a tomar el subte a Plaza de Mayo. Y vio que yo soy una arrebatada, no?, bueno encaré de lo más decidida y ahí nomás me quedé atrancada en el molinete del subte. Ni pa´tras ni pa´delante podía ir. Qué sabía yo que había que ponerle una ficha. Entonces, así como estaba con los tacos y la pollera, me agaché y pasé el molino en cuatro patas. Madre de dios, cómo me retó el Carlos. No ves que no se te puede traer a ningún lado, me decía. Qué va a decir la gente, sos bruta, eh, me machacaba. Pero bueno, ya estaba hecho, soy bestia, sí, pero nadie me vio, me parece. Al final al Carlos se le pasó porque yo lo hacía reir y siempre le terminaba ganando. No como ahora, que el pobre está siempre amargado, que las changas, que la plata, que la vieja enferma, que a la hermana dos por tres la faja el marido y la marencoche. Me fui por las ramas, pero bueno, era eso lo que le quería contar. Que me acuerdo clarito que el ocho de noviembre de 1981 conocí el Cabildo. Por dentro también, fíjese. Yo me lo hacía más grande. La verdad, la verdad, me pareció como de juguete. Lo que más me gustó fue darle de comer a las palomas. Lo peor fue cuando mi viejo se enteró porque volví con un dolor de panza tremendo, y usted vio lo maricona que soy yo para los dolores, enseguida confesé que me había comido como tres paquetes de garrapiñadas y se armó la pelotera. Igual, fue una tarde hermosa. Bueno, la dejo que ya me llegan los chicos de la escuela, salúdeme a su mamá!