22 febrero 2006

Razones

-No viniste el lunes
-No, el gato me rompió el empapelado. Llamé al empapelador, lo arregló y el gato volvió a romperlo
-¿Y qué hiciste?
-Le puse una silla adelante porque si no, mi marido rompe el gato
(Me encantan las charlas de gimnasio)

21 febrero 2006

Mesa ratona

¿Cómo que venís a reclamar aquella mesa ratona que te tocaba en la división de bienes pero que por no sé cuáles razones se quedó en mi casa?
¿Dos años después, me anunciás que la querés para ornamentar tu nuevo nido de amor?
¿El lunes la pasás a buscar?
¿Me alcanzarán cinco días para rayarla, saltarle encima, untarle mermelada de frutilla en las juntas, mancharla con tinta indeleble, volcarle un plato de fideos con tuco, tallarle con una trincheta las mordeduras de aquel conejo que cuidé durante dos semanas y que acorralé en la cocina para que no masticara tu puta mesa?
No sé, pero haré mi mejor intento. ¡Vas a ver lo linda que te va a quedar en el living!

Cabo suelto

La gorda te hizo las milanesas, te cebó mate y te aguantó las llegadas tarde mientras planeabas el atraco del siglo. Pero querías más. Y pretendiste escaparte con la pendeja, el palo verde y ocho kilos en joyas de señoras ricas de San Isidro, a tomar margaritas en el Caribe.
No. Eso no se hace. Algunos códigos hay que respetarlos. O pagar. Como un gil. Como vos.

20 febrero 2006

Verdades domésticas

"Vos no opines que siempre te mantuve. Cuando te mudaste a casa lo único que trajiste fue el cepillo de dientes. Ni sabías lo que era una tarjeta de crédito"
(Una mujer a su marido, delante de dos hijos, tres cajeros, un vendedor y yo, el domingo en Garbarino, a las tres y media de la tarde. Sin pestañear, el tipo se dio vuelta y se puso a examinar lavarropas. Y ella pagó en seis cuotas sin interés)

16 febrero 2006

Encantada de conocerte

Conocer a la actual esposa de tu ex no debería ser un trámite demasiado conflictivo, especialmente después de un divorcio relativamente amistoso (si se me permite la contradicción). En el peor de los casos, un mal trago que hay que apurar. O esta payasada. Pasen y vean.
¿Vieron la peor versión de mi persona? (Sé que no vieron nada, pero hagan un esfuerzo y asientan gentilmente, necesito que alguien me dé la razón...) Bueno, esa, pero cien veces empeorada, fue la que se presentó ante la jovencita recién casada.
Y lo que más me enoja es que yo sabía. Sabía que el encuentro iba a acontecer en cualquier momento. Mi ex había tenido la delicadeza de advertirme que quería presentármela en breve. Lo escuché, dí mi consentimiento, pensé que sería bueno estar medianamente producida en esa ocasión, lo archivé y... lo olvidé.
El sábado pasado, por primera vez en mi vida, dejé que mi hija jugara a la decoradora sobre mi persona. Flequillo pegado a la frente, pelo recogido con broches de colores, purpurina azul sobre los párpados detrás de los anteojos culo de botella, labial carmesí con gloss extra, esmalte fucia ¡en mis veinte uñas y sus alrededores!. La ropa, bueno, qué decir. Una pollera negra de dos temporadas atrás (de esos modelitos que se notan a un kilómetro que son de dos temporadas atrás), remera que alguna vez había sido negra y ojotas verdes. De goma, claro está.
Timbre. Vamos que llegó papá. Agarrá el bolso. ¿Tenés todo?. Te quiero, pasala lind... Con cada paso que me acercaba a la puerta de calle empecé a tomar conciencia de la figura femenina al lado de mi ex. Carajo, mierda, cómo puedo ser tan boluda. Intento levantar el mentón, las tetitas para arriba diría mi profesora pirucha de gimnasia. Es inútil, es tarde, me quiero morir. Sonrío, qué más puedo hacer. Una a favor, la parejita está más desconcertada que yo. Ella está espléndida, por supuesto. Los rulos en el enrulado justo, un vestidito de tarde strapless, carterita y sandalias al tono. Me queda la dignidad. Encantada de conocerte. Chuik. Chuik. Me devuelve la sonrisa. ¿Con pena? No, creo que es temor. Yo sentiría lo mismo.

10 febrero 2006

Llegar a tiempo (o al menos, no tan tarde)

Esta vez llegué a tiempo para los finger foods (esa forma paqueta de llamar a la comida diseñada en pequeños bocaditos que se pueden tomar con los dedos) y el champán. A tiempo para la torta, las velas, el cántico de rigor y hasta para sumarme a la coreografía capitaneada por una sudada pareja de bailarines de salsa.
No fue así el año pasado.
Exactamente trescientos sesenta y cuatro días atrás, regalo en mano, toqué el timbre de la casa de mi amiga y vociferé un exagerado "feliz cumpleaños!!" ante su cara de piedad. Detrás suyo, la casa arrasada. Platos con restos de canapés, copas y más copas medio vacías y desparramadas sin elegancia sobre suelo y muebles del living, migas sobre los sillones, alfombras pisoteadas, los restos tristes de una cheese cake despanzurrada...
Había llegado tarde.
Un día tarde.
Mi amiga y su marido, con buenos reflejos, me subieron al auto y me llevaron a cenar a Clo Clo. Son buenos amigos. Por un rato disiparon esa fea sensación de estar siempre llegando tarde a la fiesta.